El pintor ante su obra |
martes, 25 de diciembre de 2012
Un brindis por los ausentes
domingo, 26 de agosto de 2012
Al yanqui Apolo
viernes, 8 de junio de 2012
Elegía II - A Caridad Sánchez Méndez (su madre)
domingo, 26 de febrero de 2012
Asqueroso perro
- - - Venga, vamos, daros un poco de prisa, que si no, ya sabéis tendremos caravana.
- Tiene razón papá. Venga niños, Yolanda, Tamara, terminad el desayuno y tú Javi, cámbiate de pantalón, ese es demasiado elegante para ir al campo ¿me oyes?
- - Sí, mamá -. Javier, de 12 años y sus hermanas estaban como siempre en los días festivos adormilados. Habían desobedecido una vez más a sus padres, acostándose muy tarde por culpa de la televisión. Tenían una, las niñas en su habitación y otra Javi en la suya y claro bajaban el volumen como casi todos los niños actuales para que los adultos pensasen que estaban durmiendo.
Pasado un buen rato fueron bajando a la calle y acomodándose de mala gana y cansados en el coche. No les hacía mucha gracia la excursión y comida en la montaña, por bellos ríos y árboles, por preciosas flores y pájaros que les estaban esperando.
- ¿Has puesto el resto de cosas en el portaequipajes, Marga?
- Sí , Juan, ya está todo cargado. Ya puedes arrancar cariño.
Así lo hizo y en el veloz y moderno coche, sobre todo, ellos dos, iban muy ilusionados después de otra semana más de trabajos y estrés por las obligaciones y problemas de la gran ciudad. Los tres hijos, detrás, terminaron otra vez durmiéndose.
Llegaron más pronto de lo previsto. A mucha gente no le gusta madrugar, eso les favoreció y el viaje de unos 200 Km hasta el lindo sitio que tanto Marga y Juan recordaban de solteros fue muy tranquilo y agradable.
Aparcaron debajo de un hermoso pino, el paraje era verdaderamente de ensueño. Dieron varios paseos por las cercanías analizando plantas y flores diversas, crecidas exquisitamente en las márgenes del caudaloso y sonoro río.
Sobre las 12 empezaron a sacar el pequeño fogón, los platos y las fiambreras con alimentos frescos para cocinar. Las niñas ya más animadas ayudaban a prepararlo todo: mesas, sillas, mantel, vasos, etc.
No tenían sueño, este se había ido ante el aire fresco y el maravilloso lugar en que tan a gusto acampaban y respirando como unas inmensas sensaciones nuevas de juegos y diversiones.
Javier, el hijo mayor, se hacía el remolón ayudando muy poco a los demás, prefería acercarse a la orilla del río, observando enfrente y a la izquierda de unas grandes plantas, la corriente incansable de agua, con remolinos peligrosos que se formaban en aquel desvío concreto. Recordaba al cauto y oportuno aviso de su padre:
- Cuidado Javi, no os metáis nunca en el agua por la parte izquierda esa, ahí ya ves se inicia un estrecho paso hondo y a gran velocidad que ha sido el causante de algún ahogado en estos años.
Se estremeció solo de pensar que a él le pudiese ocurrir y dando la vuelta llegó a donde su familia continuaba con las tareas de la apetitosa comida que estaban preparando. Javier era un gran chico, alumno estudioso y profundo, educado y buen hijo, amante de los animales y siempre con ganas de tener un perro, pero a su padre no le gustaban pues de pequeño le mordió levemente uno (por lo que cuentan quiso acariciarlo cuando estaba comiendo…) desde entonces desconfiaba de todos, casi los odiaba. ¡Qué! se decía Javier, mis amigos todos tienen perro.
Más tarde empezaron la agradable comida, tan diferente en su entorno a las de su casa ¡el campo! qué especial y encantador resultaba.
No sobró, por ello, más que dos huevos de los que cocieron, tres o cuatro chuletas de cordero, reservaron unas pastas y chocolate para la merienda, junto a las sufridas manzanas que al final nadie quiere.
De pronto se oyó un ruido de pisadas fuertes, antes las cuales, hojas, ramas y plantas crujían.
Ciertamente alarmados se levantaron todos, pero fue Tamara, la pequeñita, que acercándose al lugar de los ruidos descubrió el motivo, diciendo entre nerviosa y contenta:
- ¡Es un perro! ¡Un perro muy grande!
Javier que conocía bien todas las razas aclaró enseguida - sí, es un mastín - y sin ningún miedo se acercó para acariciarlo también. En efecto, se trataba de un perro mastín, seguramente abandonado y que gustoso ofreció su cabezota a Javier para que éste le siguiera acariciando.
¡No toques ese perro! - gritó enfurecido su padre - ¡No me fío, puede terminar atacándonos, Javi!
- Pero papá, puede claro pero no lo hará. No tiene motivos ¿no ves qué cara de bueno? Pobrecillo, lo que está es muy delgado, mira cómo huele y ve los restos de nuestra comida. Este perro lleva varios días pasando hambre por culpa de unos malos amos.
- Pues, lo siento, pero no le deis esos huesos, ni nada, que luego no nos lo quitaríamos de encima en toda la tarde.
- ¡P ¡Pero papá! – exclamaron a un tiempo los tres niños.
Marga, la madre, también quiso convencer a su marido para darle las sobras. Aún así Juan no cedió, además cogió una fuerte rama con la que casi golpea al animal. Éste, asustado, saltó por encima de las dos niñas, aunque al hacerlo chocó con la pequeña Tamara, dando con ella en el suelo, con tan mala suerte que cuando sus padres la levantaron vieron que sangraba por una rodilla. Unas piedras le habían ocasionado arañazos y raspaduras.
¿Veis? – dijo Juan. ¿Qué os dije? Los perros no dan más que disgustos. Menos mal que no ha mordido a la niña. ¡Asqueroso perro!
La madre, calmándole como mejor supo, sacó un frasquito de mercromina de un pequeño botiquín en el coche y con unas vendas la curó enseguida. No fue nada grave. Tamara no había llorado, quizá para que su padre no se vengase del perro en otro momento.
Los tres hermanos sacaron después unos distraídos juegos con los que estuvieron muy entretenidos. Más tarde decidieron jugar también al escondite entre los frondosos árboles cercanos.
Juan dormitaba cómodamente en una hamaca mientras su esposa leía con interés un libro que le habían recomendado unas amigas.
Así iba pasando la sosegada tarde para esta familia cuando en el silencio del bosque estalló, como un quejido, un grito profundo y desesperado que enseguida reconocieron Marga y Juan… ¡Su hija pequeña Tamara! Venían los agudos gritos del río y a él se precipitaron en unos instantes los desconsolados padres.
La escena que contemplaron, sin darles tiempo a reaccionar, fue horrible. Tamara había caído al río ¡y por la parte más peligrosa! Las aguas la arrastraban velozmente pero… ¡Dios! ¡No estaba sola! Detrás de ella, sujetándola unas veces por el cuello con gran cuidado y otras por una axila y antebrazo, nadaba desesperadamente el perro mastín.
- ¡Es él, Juan! El animal luchaba contra la fuerte bajada de las aguas, presintiendo que en aquel cauce, en donde el río se dividía en dos vertientes, entre piedras muy grandes, estaba el verdadero peligro y con un esfuerzo sobrenatural, el último, cortó las aguas en sentido horizontal y aunque desplazado a bastante distancia hacia abajo, pudo llegar a una orilla a donde corrieron, entre piedras y un grupo de plantas acuáticas, también Juan y Marga. Cuando aparecieron ya el perro había dejado a la niña en una zona arenosa, tendida y segura en su lecho de hierba. Estaba salvada. El noble animal la lamía como orgulloso de de su acción y también para reanimar con el calor de su lengua aquel cuerpecito estremecido por el frío de las siempre casi heladas aguas de los ríos de montaña.
Oscurecía y Juan, ya conduciendo de regreso, encendió las luces del coche. Marga, emocionada y nerviosa, junto a él, abrazaba a la pequeña Tamara, apretándola contra su pecho. Sintiendo sus latidos que eran eso, la vida, la vida que seguía, en una hijita que pudo perder para siempre.
En los asientos traseros Javier y Yolanda, con una inmensa felicidad en sus amorosos y expresivos ojos, iban diciendo entre caricias y besos al perro mastín, que entre los dos, sentado y enorme, sonreía escuchando.
- ¿Sabes? Yolanda y yo lo hemos decidido. Te llamaremos Tark. ¿Te gusta tu nombre? A nosotros mucho. Te lo pusimos hace tiempo. Ahora has de tomar vitaminas y comida especial para que te recuperes en unos días. ¿Papá? ¿Cómo ha podido hambriento y sin fuerzas hacer lo que ha hecho? ¿Cómo papá?
Juan, secándose unas lágrimas de dolor y agradecimiento que le impedían ver bien la carretera contestó:
- N No sé, Javi, no sé, mejor dicho sí, ahora ya sé.
Este cuento ha sido escrito para mis hijos Marina y Eduardo Luis, dedicado por su abuelo el 2 de julio de 2005.
G Gracias papá por demostrar a través de la literatura infantil el gran amor que siempre has profesado a los perros, nuestros fieles compañeros. En los momentos más duros de la vida son los que siempre acuden a nosotros cuando más los necesitamos incluso con desmedido riesgo para su propia existencia. Yo también me acuerdo del incondicional Tark.
E